7 de junio de 2014

Ecuália... El lugar donde cantan las almas.


Eramos los últimos dos habitantes en el mundo.
Perdida en su mirada, le pregunté en voz baja.
-¿Que será de nosotros? ¿A donde iremos ahora?
El me miró fijamente a los ojos y me dijo.
-Tranquila, todo estará bien.
Y yo le creí, porque él no mentía, porque me amaba, porque quería creerlo. Sin embargo le pregunté:
-¿Como puedes estar seguro?
El sonrió y señaló al cielo estrellado.
-La Tierra no es el único planeta. Mas allá de las estrellas hay un lugar llamado Ecuália... El lugar donde cantan las almas.
Lo miré incrédula.
-¿Ecualia? Jamás he oído hablar de ese lugar. ¿Como es que lo conoces?
-Hace muchos años, yo vivía en ese reino. La princesa Aurora, reina de aquel mundo, es mi hermana.
Me incorporé aturdida.
-¿Que?
-Sientate. Voy a contarte mi historia.
Volví a acostarme junto a él y miré las estrellas. Él también se acostó y empezó a contarme una historia imposible.
-Camila, no me conoces bien. Yo nací en Ecualia, lugar donde habítan mounstros y seres fantásticos, donde el sol y la luna comparten el cielo estrellado. Soy humano, pero no como tu crees. En Ecualia, todas las historias que has oído alguna vez, son verdad, tanto las de terror como las de fantasía. Ecualia está dividida en muchas partes, cada lugar lo gobierna un clan, y existen miles de clanes... El Clan Vampiro, el Clan de los Gigantes, el Clan de los Dragones, El Clan de los Torc-Madra, el Clan de los Hombres-Jabalí, el Clan de los Licántropo, el Clan Torc-Allta... Y hay muchos mas. Todos ellos habítan Ecualia y cada clan tiene sus propias reglas. Es un reino donde todo es posible, de día habitan elfos, hadas, pixies, ninfas... Y de noche, las calles las gobiernan los demónios, los dragones, los vampiros... Aurora, mi hermana, se encargaba de que todo estuviera en orden en los clanes, ella era amada por todos.
Un día, invadieron Ecualia y todo ardió en llamas. La desesperación y el dolor reinaba las calles y el sufrimiento se instaló en cada uno de los corazones de los habitantes. El Dios de la Guerra, Ares, nos había conquistado y mantenía presa a mi hermana. Los habitantes formaron un gran ejército para salvar a su reina, pero todo fué en vano, lucharon con su vida, y perdieron, pues el reino de las sombras, que luchaba junto a Ares, era invencible. Pasó el tiempo y el ejército de Ares se hacía mas grande, no solo luchaba con el reino de las sombras, si no también con el de los Linches, los fantasmas y la propia muerte. Ya no existían los días felicez y todo dejó de tener sentido para Ecualia. Allí es donde nos dirigimos Cam.
Aparté los ojos del cielo y lo miré.
-¿Me estas diciendo que... Tenemos que ir a un lugar llamado Ecualia, donde todo lo que siempre creí ficticio es verdadero y donde reina el mal y la desesperación?
El asintió y sonrió.
-Si, eso mismo. Sé que suena completamente loco e imposible... Pero es la única forma que tenemos de sobrevivir. Además, ya es hora de recuperar lo que le pertenece a mi familia.
Negué con la cabeza, aun completamente aturdida.
-Pero hay algo que no encaja... ¿No trataste de salvar a tu hermana? ¿Huiste de Ecualia y la dejaste sola?
-¿Como puedes creer eso? Veras, cuando me enteré de que Ares había capturado a mi hermana, huí de donde me encontraba, pues sabía que mis amigos no me dejarían marchar a esa misión suicida. Entonces me presenté ante Ares y le pregunté que quería a cambio de dejar libre a Aurora. El se rió de mi, y yo, ciego de ira, me lancé contra el e intenté matarlo.
Me quedé de boca abierta durante unos segundos y luego le pregunté:
-¿Y que paśo despues?
-Luchamos en combate, pero el no jugó limpio y me venció. Me desterró de Ecualia durante diez años, no podía volver o acabaría con la vida de Aurora. Y hoy, Camila, hoy se cumplen esos 10 años. Quiero que me acompañes a Ecualia para salvar a Aurora y recuperar el reino. ¿Vendrás conmigo?
Cerré los ojos y conté hasta cien, dos veces, tres, cuatro... Y entonces abrí los ojos y suspiré. No podía decirle que no a Jared.
-Iré contigo.
Una amplia sonrisa se extendió por su rostro y se acercó a mi. Sentí su respiración en mi cuello y me estremecí cuando sus labios rozaron mi oreja.
-Gracias Camila.-Me susurró.
Y entonces me besó. Y ya nada tuvo sentido salvo sus labios en los mios. No importaba que fueramos los últimos supervivientes en la Tierra, no importaba que fueramos a una misión suicida, no importaba que probablemente murieramos en el intento... Solo importaba aquel beso. Solo importaba él.


-Derechos de autor: Jésica Bignoli.







                           Ecuália...



 
 









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